El desafío de amar
El psicólogo y maestro René Trossero ha ayudado a muchísimas personas a
mejorar su calidad de vida. En una charla con Sophia René Trossero
afirma que para vivir en plenitud hay que dejarse querer, quererse a uno
mismo y abrir el corazón a los demás; y que el desafío más grande es
aprender a sufrir y a encontrarle sentido al dolor. Por Agustina Lanuse
René Trossero publicó más de veinte títulos; tiene una vasta
trayectoria profesional en el campo de la psicología y la
espiritualidad; cuenta con un amplio público local e internacional que
lo sigue a través de sus conferencias y sus publicaciones, y, sin
embargo, hoy a los casi 80 años, el psicólogo, filósofo y poeta dice
estar contento no por sus logros, sino porque se siente querido y por
haber aprendido a amar. “Aunque sea un poco”, aclara. Así de breve. Así
de sencillo. “Los títulos y el reconocimiento que coseché no me
servirían de nada si no hubiera aprendido a convivir amando en los
ámbitos donde me muevo, mi familia, mi trabajo. Esto es lo importante”,
afirma este hombre de espalda gacha, pero de mente y corazón erguidos.
La conversación con Sophia tiene lugar una soleada mañana otoñal en su
consultorio de Palermo. René dispone de una hora. Luego tiene cita con
su médico. Hace pocos años superó un cáncer de pulmón y en su historia
clínica hay más de veinte operaciones. “Soy como los autos viejos; cada
semana debo ir al taller para hacerme chapa y pintura”, aclara con
humor.
Pero si bien los minutos son pocos, la charla es tan rica, que la
sensación que queda, cuando uno sale de su consultorio, es la de haber
estado allí la mañana entera. Cada palabra, cada gesto, cada silencio
tiene un sentido. René es de los que hablan poco y dicen mucho. Un viejo
sabio, un abuelo al que uno escucha porque tiene un largo camino
recorrido.
Sostiene que vivir amando es mucho más exigente y complicado que vivir
una religión; que la educación es hueca si se queda sólo en la
instrucción. Dice que lo importante es encontrar el camino y ser fiel
con uno mismo y con lo que se elige. Y explica que, si de verdad los
hombres nos amáramos, habría una revolución, ya que la sociedad está
organizada sobre la base del engaño y la mentira.
Patear el tablero
René detesta, sobre todo, la mentira. Su vida es ejemplo de ello. Fue
cura desde los de los 22 años hasta los 42, y un buen día decidió
ponerle punto final a su sacerdocio. ¿Por qué? “No comulgaba con algunas
enseñanzas católicas y tuve que ser honesto conmigo mismo y con la
Iglesia a la cual pertenezco y quiero”, confiesa.
¿Por qué cuesta tanto vivir el amor?
Es enormemente exigente porque requiere el doble trabajo de conocerse a
uno mismo en profundidad, quererse y respetarse, para luego abrirse al
otro, estar atento a sus necesidades y procurar su bien. Creo que
tenemos miedo de conocernos y, también, de abrirnos al otro. Vivimos
desconectados, fragmentados. El resultado es el encierro, el miedo y el
egoísmo. Si de verdad la sociedad estuviera organizada en función del
amor, sería revolucionario, tendríamos que cambiar muchas cosas. Hoy la
convivencia está organizada sobre la base de la desconfianza. Yo cierro
con llave mi casa y mi auto por temor a que me roben. Si supiera que los
demás me tratarían con respeto, no haría falta que lleve tantas llaves
conmigo y los cerrajeros se quedarían sin trabajo. Y así con todo.
Con todas las facilidades que dan la tecnología y el dinero, el hombre
occidental parece más infeliz. Las personas en general vivimos a “media
máquina” de nuestra capacidad de gozar, de reírnos. ¿Dónde está el
secreto de la felicidad?
Ser felices es mucho pedir; me conformo con vivir alegremente y esperar
la felicidad en la vida eterna. Creo que, igual, nos cuesta estar
alegres porque no estamos lo suficientemente conectados con nosotros
mismos, y vivimos aferrados a nuestro ego en vez de soltarlo y animarnos
a transitar el camino del alma que nos abre a nosotros mismos y a los
demás. Si pudiéramos lograrlo, gozaríamos mucho más. Hasta la educación
está mal entendida. Los colegios instruyen, trasmiten conocimientos y
habilidades avanzadas, muchas de las cuales no son cruciales. Educar,
para mí, es enseñar a convivir amando, enseñar a un niño a respetar y
querer a su comunidad, a conectarse con ella. Un mapuche que ama su
tribu, aunque sea analfabeto, es mucho más educado que un intelectual
que no aprendió a convivir y a respetar a otros. Educamos el cerebro
para saber más y las manos para hacer más cosas, pero no estamos
educando el corazón para usar los conocimientos y habilidades al
servicio del amor.
Sí, pero lo cierto es que el camino del amor es espinoso. Cuanto más se
ama, también más se sufre. ¿Se puede ser feliz a pesar del dolor? ¿Cómo
se hace para vivir cada día sobrellevando el sufrimiento?
Para vivir con plenitud tenemos que aprender a sufrir. Nuestra
cotidianidad está tejida de dolor y nada se logra con negarlo o taparlo.
Creo que es un gran desafío aprender a encontrarle sentido al
sufrimiento, preguntarnos para qué nos toca vivir esto o aquello, en qué
nos ayuda a crecer, a profundizar. Como dice el refrán: “No hay mal que
por bien no venga”, y yo le agrego: “si se lo encara bien”. Por
ejemplo, yo tuve que luchar contra un fuerte cáncer de pulmón que me
hizo sufrir mucho. Tuve miedo de morir. Pero hoy, mirando hacia atrás,
veo que el estar tan cerca de la muerte me hizo valorar la vida, mi
matrimonio, mi trabajo. Esta prueba, además, me ayudó con mi mujer a
profundizar nuestro amor. El dolor es un misterio que hay que descifrar
para poder vivir contentos y en paz con él, y a pesar de él.
En sus libros usted habla de la necesidad de evolucionar
espiritualmente. ¿A qué se refiere? ¿Se puede llevar una vida espiritual
en medio del trajín diario, los apremios económicos, las presiones
laborales?
El hombre por su naturaleza racional (por tener inteligencia y
voluntad) es un ser espiritual. Esto es innegable y es muy diferente de
ser o no una persona religiosa. La religiosidad me parece menos
relevante que la espiritualidad. Vivir la vida del espíritu es
conectarnos con la fuente de amor y abrirnos para ser canales al
servicio del bien. Es alejarnos del materialismo y el consumismo que
finalmente nos alienan: del deseo de tener el mejor auto, el
departamento más grande o el viaje más extravagante. Es conectarnos con
nuestro interior y este camino espiritual vale para todos: monjes,
laicos, religiosos u hombres de traje y corbata de la city porteña.
Vivir la espiritualidad es vivir el amor y esto presupone la madurez
emocional. Para ser verdaderamente espirituales debemos primero ser
personas maduras, íntegras. Debemos aprender a conocernos y
reconciliarnos con nuestra historia y nuestras heridas; buscar y aceptar
lo que somos, con nuestras luces y sombras; rechazar mandatos y
exigencias que nos alejan de nuestro centro, nuestra esencia. Si
aprendemos a conocernos, a amarnos y respetarnos, será mucho más fácil
estar disponibles para los demás. Hay que dejar de lado el ego y elegir
el camino del alma, del despojo y la entrega. Esto para mí es vivir la
espiritualidad en este tiempo de posmodernidad.
Reflexiones para el alma
Algunos de sus títulos son Siembra para ser tú mismo, Hombre adentro,
No dejes de vivir aunque tengas que sufrir, El sentido de la vida,
Remansos para seguir andando, Palabras de aliento y esperanza, Vive con
tus muertos que viven y La alegría de vivir en pareja. Su obra más
famosa, No te mueras con tus muertos, va por la cuadragésima edición.
Momentos de reflexión, una simple y profunda invitación a repensar la
vida y sus momentos más importantes con una mirada amplia y comprensiva,
es uno de los libros de este reconocido psicólogo y maestro.
Ancianidad
Cuando envejeces suceden cambios
que debes ver como avances y crecimiento,
y no como retrocesos y pérdidas.
Con tus ojos verás menos lejos,
para que inviertas más tiempo
mirando hacia adentro.
Con tus oídos oirás menos las voces
que te llegan desde afuera,
para que prestes más atención
a las voces que surgen desde tu interior.
Con tu lengua se te hará más dificultoso
el diálogo con tu prójimo,
para que intensifiques el diálogo contigo mismo.
Con tus manos rugosas y debilitadas
tendrás menos fuerza para cerrarlas
y retener lo tuyo,
pero podrás vivir la alegría de abrirlas
para acariciar y dar con amor a tu prójimo.
Con tus pies ya fatigados por los años
se te hará imposible el ritmo
de los tiempos en los que corrías,
pero podrás detenerte con calma
para mirar la meta del camino
que ya está cerca.
Mientras eras joven llevabas sobre tu pecho
una mochila cargada de proyectos
para el futuro,
que hacían acelerar tus pasos.
Cuando maduras en años
cargas sobre tus espaldas
una pesada mochila
cargada con recuerdos del pasado
que te hacen marchar más lentamente.
El amor
El amor es como una moneda de dos caras iguales:
el amor a ti mismo y el amor a tu prójimo. Siempre
que te amas, dándote lo bueno para tu crecimiento y
tu maduración como persona, aunque no lo pienses,
estás amando a tus hermanos que se beneficiarán
cuando se encuentren contigo. Y siempre que amas a
tus hermanos, aunque te estés olvidando de ti
mismo, te estás amando, porque tu amor al otro te
hace crecer y madurar como persona y te brinda la
mayor de las alegrías.
Llorar o reír
Todos los días de tu vida tienes motivos para reír
y motivos para llorar, razones para sufrir y razones
para gozar.
De tu libertad depende la elección: puedes elegir
sufrir y llorar, apenarte por todo lo que te falta y por
todo lo negativo que sucede y te rodea; y puedes
decidir reír, gozar y disfrutar por todo lo que tienes
y por todo lo bueno y positivo que sucede a tu
alrededor.
Mira que en esto está en juego el rol fundamental
del uso de tu libertad; porque si sólo la usas para
elegir el color de tus zapatos, o para la película que
vas a mirar, la estás malversando, porque no la
inviertes en lo fundamental.
http://www.sophiaonline.com.ar
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