martes, 5 de junio de 2012

El desafío de amar


El psicólogo y maestro René Trossero ha ayudado a muchísimas personas a mejorar su calidad de vida. En una charla con Sophia René Trossero afirma que para vivir en plenitud hay que dejarse querer, quererse a uno mismo y abrir el corazón a los demás; y que el desafío más grande es aprender a sufrir y a encontrarle sentido al dolor. Por Agustina Lanuse

René Trossero publicó más de veinte títulos; tiene una vasta trayectoria profesional en el campo de la psicología y la espiritualidad; cuenta con un amplio público local e internacional que lo sigue a través de sus conferencias y sus publicaciones, y, sin embargo, hoy a los casi 80 años, el psicólogo, filósofo y poeta dice estar contento no por sus logros, sino porque se siente querido y por haber aprendido a amar. “Aunque sea un poco”, aclara. Así de breve. Así de sencillo. “Los títulos y el reconocimiento que coseché no me servirían de nada si no hubiera aprendido a convivir amando en los ámbitos donde me muevo, mi familia, mi trabajo. Esto es lo importante”, afirma este hombre de espalda gacha, pero de mente y corazón erguidos.

La conversación con Sophia tiene lugar una soleada mañana otoñal en su consultorio de Palermo. René dispone de una hora. Luego tiene cita con su médico. Hace pocos años superó un cáncer de pulmón y en su historia clínica hay más de veinte operaciones. “Soy como los autos viejos; cada semana debo ir al taller para hacerme chapa y pintura”, aclara con humor.

Pero si bien los minutos son pocos, la charla es tan rica, que la sensación que queda, cuando uno sale de su consultorio, es la de haber estado allí la mañana entera. Cada palabra, cada gesto, cada silencio tiene un sentido. René es de los que hablan poco y dicen mucho. Un viejo sabio, un abuelo al que uno escucha porque tiene un largo camino recorrido.

Sostiene que vivir amando es mucho más exigente y complicado que vivir una religión; que la educación es hueca si se queda sólo en la instrucción. Dice que lo importante es encontrar el camino y ser fiel con uno mismo y con lo que se elige. Y explica que, si de verdad los hombres nos amáramos, habría una revolución, ya que la sociedad está organizada sobre la base del engaño y la mentira.

 

Patear el tablero

René detesta, sobre todo, la mentira. Su vida es ejemplo de ello. Fue cura desde los de los 22 años hasta los 42, y un buen día decidió ponerle punto final a su sacerdocio. ¿Por qué? “No comulgaba con algunas enseñanzas católicas y tuve que ser honesto conmigo mismo y con la Iglesia a la cual pertenezco y quiero”, confiesa.          

¿Por qué cuesta tanto vivir el amor?

Es enormemente exigente porque requiere el doble trabajo de conocerse a uno mismo en profundidad, quererse y respetarse, para luego abrirse al otro, estar atento a sus necesidades y procurar su bien. Creo que tenemos miedo de conocernos y, también, de abrirnos al otro. Vivimos desconectados, fragmentados. El resultado es el encierro, el miedo y el egoísmo. Si de verdad la sociedad estuviera organizada en función del amor, sería revolucionario, tendríamos que cambiar muchas cosas. Hoy la convivencia está organizada sobre la base de la desconfianza. Yo cierro con llave mi casa y mi auto por temor a que me roben. Si supiera que los demás me tratarían con respeto, no haría falta que lleve tantas llaves conmigo y los cerrajeros se quedarían sin trabajo. Y así con todo.

Con todas las facilidades que dan la tecnología y el dinero, el hombre occidental parece más infeliz. Las personas en general vivimos a “media máquina” de nuestra capacidad de gozar, de reírnos. ¿Dónde está el secreto de la felicidad?           

Ser felices es mucho pedir; me conformo con vivir alegremente y esperar la felicidad en la vida eterna. Creo que, igual, nos cuesta estar alegres porque no estamos lo suficientemente conectados con nosotros mismos, y vivimos aferrados a nuestro ego en vez de soltarlo y animarnos a transitar el camino del alma que nos abre a nosotros mismos y a los demás. Si pudiéramos lograrlo, gozaríamos mucho más. Hasta la educación está mal entendida. Los colegios instruyen, trasmiten conocimientos y habilidades avanzadas, muchas de las cuales no son cruciales. Educar, para mí, es enseñar a convivir amando, enseñar a un niño a respetar y querer a su comunidad, a conectarse con ella. Un mapuche que ama su tribu, aunque sea analfabeto, es mucho más educado que un intelectual que no aprendió a convivir y a respetar a otros. Educamos el cerebro para saber más y las manos para hacer más cosas, pero no estamos educando el corazón para usar los conocimientos y habilidades al servicio del amor.

Sí, pero lo cierto es que el camino del amor es espinoso. Cuanto más se ama, también más se sufre. ¿Se puede ser feliz a pesar del dolor? ¿Cómo se hace para vivir cada día sobrellevando el sufrimiento?

Para vivir con plenitud tenemos que aprender a sufrir. Nuestra cotidianidad está tejida de dolor y nada se logra con negarlo o taparlo. Creo que es un gran desafío aprender a encontrarle sentido al sufrimiento, preguntarnos para qué nos toca vivir esto o aquello, en qué nos ayuda a crecer, a profundizar. Como dice el refrán: “No hay mal que por bien no venga”, y yo le agrego: “si se lo encara bien”. Por ejemplo, yo tuve que luchar contra un fuerte cáncer de pulmón que me hizo sufrir mucho. Tuve miedo de morir. Pero hoy, mirando hacia atrás, veo que el estar tan cerca de la muerte me hizo valorar la vida, mi matrimonio, mi trabajo. Esta prueba, además, me ayudó con mi mujer a profundizar nuestro amor. El dolor es un misterio que hay que descifrar para poder vivir contentos y en paz con él, y a pesar de él.

En sus libros usted habla de la necesidad de evolucionar espiritualmente. ¿A qué se refiere? ¿Se puede llevar una vida espiritual en medio del trajín diario, los apremios económicos, las presiones laborales?

El hombre por su naturaleza racional (por tener inteligencia y voluntad) es un ser espiritual. Esto es innegable y es muy diferente de ser o no una persona religiosa. La religiosidad me parece menos relevante que la espiritualidad. Vivir la vida del espíritu es conectarnos con la fuente de amor y abrirnos para ser canales al servicio del bien. Es alejarnos del materialismo y el consumismo que finalmente nos alienan: del deseo de tener el mejor auto, el departamento más grande o el viaje más extravagante. Es conectarnos con nuestro interior y este camino espiritual vale para todos: monjes, laicos, religiosos u hombres de traje y corbata de la city porteña. Vivir la espiritualidad es vivir el amor y esto presupone la madurez emocional. Para ser verdaderamente espirituales debemos primero ser personas maduras, íntegras. Debemos aprender a conocernos y reconciliarnos con nuestra historia y nuestras heridas; buscar y aceptar lo que somos, con nuestras luces y sombras; rechazar mandatos y exigencias que nos alejan de nuestro centro, nuestra esencia. Si aprendemos a conocernos, a amarnos y respetarnos, será mucho más fácil estar disponibles para los demás. Hay que dejar de lado el ego y elegir el camino del alma, del despojo y la entrega. Esto para mí es vivir la espiritualidad en este tiempo de posmodernidad.

Reflexiones para el alma

Algunos de sus títulos son Siembra para ser tú mismo, Hombre adentro, No dejes de vivir aunque tengas que sufrir, El sentido de la vida, Remansos para seguir andando, Palabras de aliento y esperanza, Vive con tus muertos que viven y La alegría de vivir en pareja. Su obra más famosa, No te mueras con tus muertos, va por la cuadragésima edición. Momentos de reflexión, una simple y profunda invitación a repensar la vida y sus momentos más importantes con una mirada amplia y comprensiva, es uno de los libros de este reconocido psicólogo y maestro.

Ancianidad

Cuando envejeces suceden cambios

que debes ver como avances y crecimiento,

y no como retrocesos y pérdidas.

Con tus ojos verás menos lejos,

para que inviertas más tiempo

mirando hacia adentro.

 

Con tus oídos oirás menos las voces

que te llegan desde afuera,

para que prestes más atención

a las voces que surgen desde tu interior.

 

Con tu lengua se te hará más dificultoso

el diálogo con tu prójimo,

para que intensifiques el diálogo contigo mismo.

 

Con tus manos rugosas y debilitadas

tendrás menos fuerza para cerrarlas

y retener lo tuyo,

pero podrás vivir la alegría de abrirlas

para acariciar y dar con amor a tu prójimo.

 

Con tus pies ya fatigados por los años

se te hará imposible el ritmo

de los tiempos en los que corrías,

pero podrás detenerte con calma

para mirar la meta del camino

que ya está cerca.

 

Mientras eras joven llevabas sobre tu pecho

una mochila cargada de proyectos

para el futuro,

que hacían acelerar tus pasos.

 

Cuando maduras en años

cargas sobre tus espaldas

una pesada mochila

cargada con recuerdos del pasado

que te hacen marchar más lentamente.

 

El amor

El amor es como una moneda de dos caras iguales:

el amor a ti mismo y el amor a tu prójimo. Siempre

que te amas, dándote lo bueno para tu crecimiento y

tu maduración como persona, aunque no lo pienses,

estás amando a tus hermanos que se beneficiarán

cuando se encuentren contigo. Y siempre que amas a

tus hermanos, aunque te estés olvidando de ti

mismo, te estás amando, porque tu amor al otro te

hace crecer y madurar como persona y te brinda la

mayor de las alegrías.

 

Llorar o reír

Todos los días de tu vida tienes motivos para reír

y motivos para llorar, razones para sufrir y razones

para gozar.

De tu libertad depende la elección: puedes elegir

sufrir y llorar, apenarte por todo lo que te falta y por

todo lo negativo que sucede y te rodea; y puedes

decidir reír, gozar y disfrutar por todo lo que tienes

y por todo lo bueno y positivo que sucede a tu

alrededor.

Mira que en esto está en juego el rol fundamental

del uso de tu libertad; porque si sólo la usas para

elegir el color de tus zapatos, o para la película que

vas a mirar, la estás malversando, porque no la

inviertes en lo fundamental.

 

 

http://www.sophiaonline.com.ar

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