Un diseñador de vanguardia. Su creatividad y talento transcienden el mundo fashion.
“Es el niño soñado. Se atreve a todo”, lo definieron en la Cooperativa La Juanita, donde inició sus trabajos sociales. Un día –recuerdan- se presentó en el modesto taller que Toti Flores (obrero metalúrgico, fundador del MTD (Movimiento de Trabajadores Desocupados, ex piquetero que se negó a vivir de los subsidios estatales) había armado en La Matanza. Les dijo, sin vueltas: “Me pidieron unos guardapolvos para Japón ¿Se animan? Tenemos una semana”. Asombro, miedo, estupor. Algo delirante. Pero lo imposible se dio: los originales guardapolvos estampados fueron un éxito y se exportaron nomás a Japón. Bajo el lema: “Pongamos el trabajo de moda”, fue también el arranque de La Juanita, que siguió creciendo. Al tiempo, puso el ojo en la Puna, adonde viajó como turista. Conclusión: hace 4 años asesora a los kollas de Jujuy para mejorar los tejidos con lana de llama. Y redobló la apuesta: los transformó en joyas textiles, agregándoles cristales de Swarovski. “El lujo del futuro va a estar en las comunidades aborígenes. Hay que redescubrir estas tierras y esta cultura”, piensa. El año pasado, una cooperativa de travestis –que en su taller de Avellaneda fabrican sábanas y cubrecamas– se acercó a su local para pedirle consejo en un nuevo proyecto: crear moda y organizar desfiles. “Eso les da la posibilidad de sentirse útiles, incluidos”, opina.El niño soñado, Martín Churba, tiene hoy 41 años, y se sigue atreviendo a todo. “Por eso mi marca se llama Tramando. Siempre estamos en movimiento, como un gran hormiguero, haciendo, tejiendo con redes sociales. Es una revolución desde la trama”, define.
La mezcla de talento y audacia le viene de familia. Su tío abuelo, su abuelo, sus primos, dueños de Natan y Churba, marcaron un hito en Buenos Aires en la sofisticación textil y de diseño. Sin embargo él tardó en recoger esa herencia: antes estudió 10 años actuación con Agustín Alezzo, trabajó en cine y teatro y fue fotógrafo. “Es una suerte que de los tres hermanos, yo fui el único que recogió el amor por el diseño”, dice, sentado en su oficina de Tramando, una mega-tienda-taller de Recoleta. Una casona hidalga de tres pisos que hoy está poblado de sus sueños, transgresiones y ropa de vanguardia. De entrada nomás, una gran red con broches de madera (sí, esos que se usan para colgar ropa) oficia de techo.
Hiperquinético, osado, polémico, arbitrario a veces y a veces de cambiante humor, hábil negociador, buceador de lo diferente, lo que rompe los esquemas y sorprende, Martín Churba teje —durante toda la entrevista— un crochet con cordones de varios colores, que al final de la nota —estampadora mediante— se convertirá en el cuello de uno de sus vestidos. Combina lo que parece incombinable. La alquimia sin embargo resultó.
—Todavía está instalado en la gente la idea de que Tramando es un producto muy caro y para pocos.
—¿Y no es así?—No. Yo ofrezco por la misma plata, algo de más valor, algo menos común. Por eso ahora mi sueño es que Tramando sea más popular, que llegue a más gente. Quiero poner mis percheros en grandes festivales de música, por ejemplo. Pero para eso se necesita respaldo económico. La gente piensa que yo vengo de una familia de dinero. Pero no es así. El apoyo familiar que yo tengo es más emocional. Mi vieja siempre me decía que yo era un genio (risas). Hoy se viste solo con mi ropa y le divierte. Mis dos hermanas también. Pero mi familia no participa ni invierte en el negocio, por lo tanto me manejo con mi propio capital. Empecé trabajando para pocos, y hoy quiero trabajar para muchos.
¿AUDAZ O LOCO?—Toti Flores me dijo: “Este tipo resultó más loco que nosotros”. ¿Sos loco?—Soy audaz. Desde afuera, lo mío puede ser visto como locura. Desde adentro, es una fuerza y una fe en lo que pienso y hago. No especulo ni mido demasiado los riesgos. Mejor dicho, los riesgos los veo, pero no me paralizan. Eso es audacia. Además, en la Argentina está todo por hacer. Somos una sociedad joven plagada de oportunidades. Necesitamos hacedores. Creo que las dificultades y el caos son inspiradores. Si hubiese nacido en un país tranquilo como Suiza, seguiría otros patrones.
—¿Cuál es la cosa más loca que hiciste?—Mis desfiles ya son locos. Pero una vez puse un Mini Cooper dentro de este local. Tuvimos que sacar la vidriera para que entrara. Hice un vestidito amarillo con lunares negros gigantes y se lo puse alrededor del auto. Otra vez, con mi amigo Ricardo Paz —que además de anticuario, exploró mucho el monte santiagueño— descubrí el mundo de Santiago del Estero. Me fascinaron los coloridos de esas mantas artesanales y las faldas de las mujeres, tan alegres, con tres capas de algodón de distintas pedazos de tela y lanas. Ese mix me fascinó, y armé una colección que se llamó “Monte” y que llevé a Japón. Para el desfile, les puse a las japoneses trenzas como las chinas del monte y Mariana Baraj tocó el bombo y cantó. Hasta bailamos descalzos. Fue un éxito porque a los japoneses les entusiasma mucho lo autóctono de otros países, lo diferente. También hice zapatillas con piel de pescado. Es piel de carpa, procesada como la piel de vaca, y tan resistente como el cuero. Es muy original porque conserva las escamas.
—¿Seguís trabajando con la Cooperativa La Juanita?—Ellos son gente con mucha fuerza, muy trabajadores. Ahora producen de todo: bolsos, remeras, guardapolvos. Lo último que hicimos juntos fueron los pan dulce para Navidad. La receta fue de Maru Botana y el packaging lo diseñé yo. Era una caja de cartón, forrada con diseños míos. Venía con una carpetita de tela, que hacía juego con la caja, y que después quedaba como lindo adorno de mesa. Vendieron cantidades impresionantes. A tal punto que con esa plata pudieron levantar el edificio de la escuela primaria que tanto soñaban. Ahora van por la secundaria. Todo lo que van ganando lo invierten en proyectos sociales: son un ejemplo.
—¿Y cómo nació el otro proyecto, el de la Puna?—Empezó con un viaje de turismo en el 2005. Visité Tilcara, Purmamarca y Abrapampa. Yo ya estaba trabajando con el proyecto de la llama. Hablé con tejedores de la región. Ellos ni sabían quién era yo. Pero en una cooperativa me contaron sus problemas: querían mejorar la calidad textil y darle más valor a lo que vendían en las ferias artesanales. Me comprometí a armarles un proyecto. Y empecé a viajar.
Trabajé y sigo trabajando. Es un programa de capacitación y desarrollo de calidad de empresas manuales textiles. Los telares están bastante ausentes en la región. Los pocos que había lo inventaban con árboles. Ellos tejen con dos agujas. Teñían —y lo siguen haciendo— en forma natural, con plantas, raíces. El tinte amarillo azafrán que consiguen con la cáscara de cebolla, por ejemplo, es totalmente distinto a los industriales. La anilina química que a veces usan entra toda por Bolivia, por eso en la Quiaca es donde se encuentra la ropa más colorida.
—Pero la lana de llama pica. Es áspera.—Ellos están en el proceso de sacarle al vellón de llama todos los pelos gordos, pinchudos y largos, para recién tejerlo. La tarea de “decerdado” hace que 1 kilo de lana pase a tener 500 gramos. Por eso el producto final es más caro, pero también increíblemente suave. Les enseñé también a hacer y usar moldes para proporcionar las prendas y a mejorar las terminaciones. No es beneficencia lo que hago: es un ida y vuelta que nos beneficia a ambos.
“DESCUBRÍ OTRO PAÍS”—¿Cómo es el trabajo y la convivencia con ellos? ¿Te aceptan todo sin chistar?—Nos llevó años tener un código en común. Es por una razón cultural. Me costó, por ejemplo, hacerles entender que si el producto tiene que estar listo en tal fecha, eso tiene que cumplirse sí o sí. Es que a veces ellos tienen que caminar 8 kilómetros para que un vecino les preste lo que necesitan. No es fácil. Un día me preguntaron si yo podría vender su producción en mi local. “Mi negocio apunta a otro público”, les dije. Pero se exportan a Japón y a Paris.
—¿No se venden en la Argentina?—No hay mercado en la Argentina para esto. (N de la R: el suéter que me muestra, mangas cortas, tiene un costo de 360 euros). Por eso no lo ofrezco acá. Mi proyecto latente es lograr el respaldo económico que me permita tener una colección permanente de lujo de llama con cristal.
—¿Por qué cristales tan caros?—La historia empezó en 2008, cuando el dueño de Swarovski vino a la Argentina para el lanzamiento de las joyas que se hacen acá. Lo conocí, le hablé de Tramando, y quiso conocerlo. Le gustó y me invitó a Austria a conocer la fábrica y los métodos.
“Me gustaría que trabajes con nuestro cristal —me dijo— hacenos un proyecto”. Se lo hice y me pagaron el trabajo con cristales. Me acuerdo cuando trabajaba con Jessica Trosman —fuimos socios hasta 2003—, nuestra broma era: “Somos los Swarovski sudacas”, porque le poníamos a las prendas el plastiquito de las cuentas de un collar, para que brillen. Ahora, cuando veo el cristal con la llama blanca, me deslumbra. Porque las prendas que hacen los kollas en la Puna, de por sí, son piezas únicas, y está en el origen de nuestros pueblos. Y el cristal es una pieza de lujo actual. La combinación es fantástica. Hoy yo soy diseñador de Swarovski. Le diseño collares, aros y otros accesorios.
—¿Qué aprendiste de esa experiencia?—Amplió mi mundo. Descubrí personas y sucesos diferentes. Descubrí otro país. Tienen humanidad y humildad. Son frágiles y fuertes al mismo tiempo. Producen conmigo hace cuatro años y ahora nos entendemos mejor. Como en los comedores con ellos, y duermo en un hotelito de los fundadores de la Red- Puna, que se llama “La Morada” y está en Tilcara. Siempre vuelve más de lo que doy. Devuelven en afecto, oportunidades y aprendizaje. En lo personal, con el tiempo me he vuelto más realista en mis ambiciones, y me acepto como soy para ser más feliz.
—¿Por qué es hoy tan importante el mercado japonés para los diseñadores?—Primero porque trabajan muy bien el negocio del diseño. Después como las mujeres japonesas no tienen demasiadas curvas, apuntan a la ropa que le agregue forma a su cuerpo. No les gusta la ropa apretada, sino el volumen, los materiales nuevos, y todo lo autóctono. En lo personal, hace unos años conocí a un empresario japonés, Takanao Muramatsu, que tiene en Nueva York un showroom enorme, que muestra diseñadores de todo el mundo. Es un hombre mayor que tiene 80 locales en Japón. Llevé mi colección a Nueva York y le encantó. A la semana se tomó un avión y vino a conocer mi negocio en Buenos Aires. A partir de ahí, él y toda la gente de su compañía trabaja en el desarrollo de Tramando. Yo viajo, hacemos eventos, participo en ferias. Son grandes buscadores de lo nuevo. Hice buenos contactos personales, y eso me permitió hacer buenos negocios. Yo me inspiro en cosas que se dan en nuestro país, y en ningún otro lugar.
—¿Para qué se viste la mujer?—Para gustarse a sí misma. Porque una mujer que se gusta, gusta. La seguridad que la da la ropa va a hacer que ella guste a los demás. Una gordita jamás debe vestirse con vergüenza. Debe estar orgullosa de su cuerpo, y aceptarlo. Las mujeres aman la sensualidad de mi ropa. No son minas que tienen su propia sensualidad tan fácil. No tienen cuerpos tan fáciles, ni tienen una edad obvia de la sensualidad. Mi ropa tiene superficies, textura, tramas y vueltas que hace que sin que sean invasivas en el cuerpo de la mujer, pueden generar como una historia.
SUS PREFERIDOS—¿Quién te gusta de tus colegas?—En primer lugar Alexander McQueen. Su éxito fue el gozo de lo estrafalario. Todos sus desfiles eran una puesta teatral. Fue el diseñador de la realeza del fin del mundo. Hace 3 años, poco después de su muerte, hice un desfile en homenaje a él. De los actuales me gusta la japonesa Rei Kawacubo, creadora de “Comme des Garcons”. Me interesa el belga Martin Margiela. Y me gusta la versión Chanel de Karl Laguerfeld. Trabaja con el ADN de Chanel, ese estilo clásico, pero le agrega telas, cortes y materiales más innovadores.
—¿Y de los nuestros?—Me gusta Pablo Ramírez, Jessica Trossman, Valeria Pesqueira y un colectivo de diseñadores que se llama “Docena”, que le dan una vuelta al concepto de diseño de moda: reciclan ropa vieja, trabajan con prendas ya existentes
—¿Dónde están y cuáles son para vos las mujeres más elegantes?—Las etíopes. Por la impresionante decoración de su ropa. Y en segundo lugar, las francesas. Y particularmente me parecen elegantes Natalie Portman, Björk y de nuestro país Graciela Borges, Nacha Guevara y Muriel Santana.
—Opinás que la mujer tiene que tener un toque masculino. ¿Por qué?—Lo masculino le aporta a la mujer más seguridad, más fuerza y más recursos para plantarse en un mundo de hombres. Esta es todavía una sociedad patriarcal y machista.
—¿Tenés tiempo para tantas cosas?—No. No puedo con todo. Por eso hace 3 años estoy delegando. Puse un CEO en Tramando, el francés Sylvan De Ferriere. Quiero poder disfrutar también de mi tiempo libre. Me mudé a Martínez, y en mi casa cocino, recibo amigos, estoy con mis animales y mi pareja desde hace 11 años, Mauro Bernardini, que es arquitecto y artista. Soy muy feliz. Nos potenciamos totalmente. Se mezcla mi locura con los conocimientos de él, y a veces me pone en caja.
—¿Es fácil trabajar o convivir con vos?—Tengo un humor desparejo. Soy más bien depresivo que agresivo. Por momentos soy muy autocrítico, y esa autocrítica aplicada a otros, puede ser muy dura. Pero nunca soy agresivo ni grito. ¿A qué le tengo miedo? A la tristeza. Desde chico tuve tristeza. Soy muy melancólico. Y eso me da miedo, porque a veces me roba el espíritu. Pero como también tengo la suerte de poseer impulsos, salgo y disparo rápido de esa tristeza.
Por Renée Sallas
Fotos: Nacho Sánchez
VOCACION SOCIALSu casi forzada actitud de niño terrible, su look provocador de “no me importa nada”, incluso el ambiente en que se mueve, parecería contrastar con su vocación por lo social. A la pregunta de por qué no le es indiferente el dolor y la necesidad, esto dijo:
-No lo sé. Pero ya de chico, cuando caminaba de la mano de mi madre por la calle, y veía chicos que pedían limosna, le preguntaba: “¿Por qué yo tengo y ellos no?”. A esa edad ya tuve tristeza. Incluso antes de estos emprendimientos, yo había tomado dos niños discapacitados en mi taller. En cuanto a La Juanita, cuando veía a los piqueteros en las protestas, yo pensaba: “Lo que esta gente nos está diciendo es: ¡Hey, acá estamos! Existimos. No nos ignoren”. No me equivoqué. Lo mismo me pasa con los kollas de la Puna. Ojo que yo no hago beneficencia: yo enseño, oriento, ayudo a despegar. Ellos ganan y yo también. Hace 4 años, el Gobierno de la Ciudad me dio un premio al vecino participativo. Ese día también recibieron un premio los travestis de la Cooperativa Nadia Echazú, que lleva ese nombre por un travesti asesinado. Ellos hacen una gran obra, porque rescatan a las chicas de la calle, las sacan de la prostitución. La experiencia me enriquece: no solo estimula mi creatividad y mis ideas, sino que me hace sentir útil. Y a ellos, incluidos”.
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